lunes, 16 de noviembre de 2009

Cartulina de plástico

El tiempo que llevo sin escribir lo he dejado pasar en un sinfín de lecturas. Tengo una columna de libros en mi mesa: leídos, por leer, anotaciones de otros, una lista para la cesta de la compra, pues una vez en la librería olvido con facilidad los títulos que deseo, volviendo a casa quizás con uno de todos ellos y algunos más que no tenía ni intención de comprar… La agonía de refrenar los impulsos de compradora compulsiva me llevaron al gran salto.

¡Sí, señores, tengo carnet de biblioteca!

Qué nadie se lleve a engaños, cuesta mucho sacarse esa cartulina plastificada; no por el tiempo o su pérdida de una espera en la fila, sino por la simpleza de tener que llevar a otra estantería que no es la tuya el libro una vez terminado. Cuando una lectura ha sido gratificante en ese espacio de sentimientos donde la pena por la finalización se hace un mundo interior, se trasmite el consuelo instalando ese conjunto de papel y tinta cerca de uno mismo, con la posibilidad de alzar la mirada y que sus personajes te sonrían desde sus páginas.
Sí, todo esto me puede costar dos quejidos de hígado, parecen que te han molido a palos; como no me veo con ganas de pasar por ese transito, guardo aun en la cartera la tarjetita de cita con el infierno, sin muchas ganas de usarla.

Exagerada, me pueden decir, ¿tan incomprensible puede llegar a ser el afán de guardar los trozos que forman parte de tu vida?
Cuánta adversidad se encuentra acuñada en un rectángulo rígido, ninguno dirían muchos, sólo es dejar una porción insignificante de ese espacio corto del tiempo de tu propia existencia, abandonar cualquier sentimiento en ese anaquel donde otras manos atesoren esa clase de dicha.

El escaso espacio de cuatro paredes, esa realidad hambrienta logra sin que una quiera limitar el anhelo; en el momento que no se puede con todo, lo mejor es buscar soluciones y no estar lamentándose de la fatídica suerte.

1 comentario:

Jaclo dijo...

A veces, ¡pesa tanto la nada...!
Saludos