viernes, 1 de septiembre de 2017

Vicisitudes del verano y la poca vergüenza.




Hace algunos años, muchos porque no recuerdo exactamente cuándo, escribí si mal no recuerdo para la web de Autoras en la Sombra, una entrada satírica sobre el verano.

La idea principal y el eje del texto, era ironizar sobre las vacaciones y lo cómodo que es quedarte en la ciudad, en pleno bochorno de calor, en esas calles medio fantasmas, donde tienes posibilidades de crear un verano vacacional alternativo, lleno de actividades diferentes.  

Qué tiempos aquellos, en dónde ni por asomo imaginaba que hoy en día estaría en plena costa, con su verano masificado, por personas nerviosas, estresadas que buscan una relajación a costa de la tuya propia.

Porque el ser humano es egoísta. El libre albedrío tiene cancha abierta en estos meses, o días santificados por aquellos que llegan pensando, que el mundo se rige a ellos con sumisa pleitesía, y con el mundo me refiero, por ejemplo, a aquellas personas que en verano tienen de todo menos días de descanso, incluida yo.

Tengo la suerte, de vivir en una urbanización que en invierno es un bálsamo de calma, los vecinos que estamos todo el año, respetamos con toda tranquilidad la ley del saber estar y tenemos un civismo comunitario bastante ejemplar. ¿Entonces, dónde está el problema? En los propietarios invisibles, de los cuales no se sabe nada y acogen con los brazos abiertos, esta nueva moda que abarca todo el país de alquiler temporal, donde sacar provecho a unos altos precios, quiere decir en muchos casos a costa de los demás. Por ello cuando la temperatura comienza a subir de grados, se convierte en una bajada de puénting, sin la adrenalina que esta te ofrece, y sí, con mucha mala leche.

Qué estoy exagerando, bueno vayamos entonces con los ejemplos vividos en propias carnes. Imaginaros esos bocadillos sabrosos, llenos de cosas ricas, que engordan unos cuantos gramos, de los que nos sentimos culpables y ponemos entonces una finita capa de pavo en medio. La capa finita de pavo no graso he sido yo, lo contundente lo he tenido debajo y arriba de mi piso.

Los de arriba llegaban con un promedio de hora sobre las tres de cada noche, se ponían a correr, que digo yo, porque te pones a correr como un desalmado a altas horas de la madrugada, ¿será algún juego, del cual no tengo conocimiento? Una vez terminadas las carreras por todos los rincones, vamos a mover los muebles, exactamente, no es cómodo, ni práctico, ni inteligente, en el caso de tener sofá cama y demás colchones dejarlo preparado, para cuando llegues a la vuelta. Por qué total que más da, se hace cuando volvamos con la barriga llena de tapitas y la cabeza llena de alcohol que es más divertido, imaginamos que, en vez de un bloque, es una casa de campo de saber dios que país. O mejor, como el piso de abajo está a oscuras es que no vivirá nadie, no hombre la venta abierta es para que entre corriente. Y sí, echo de menos mi escoba de caña para dar golpes como una desposeída.

Los inquilinos temporales de abajo eran un tanto más considerados, llegaban sobre las doce y media, para las dos de la madrugada, apagaban las luces, la radio, los gorgoritos siguiendo la música, debían de ser de un coro porque se sabían todas las letras, los láser verdes como en una discoteca divirtiéndose en ver si entraban en las otras ventanas de arriba. Es tan perfecto dormir con la persiana hasta abajo con una temperatura de 30 grados. Sin olvidarnos de sus risas descompasadas a pleno pulmón, ¿os he comentado que eso lo hacían en plena terraza? No, yo era por dejar los detalles bien atados. Cubos de agua helada, lástima que no tengo hielo en casa…

Naturalmente, tengo mis métodos de venganza, factor sorpresa, un buen centrifugado de lavadora bien temprano sienta de maravilla, sí como a eso de las siete y pico de la mañana, en un lavado largo comenzado a las seis y media, con todas las ventanas abiertas de par en par, para que se escuchara bien por todas las zonas.

Otra de las cosas más llamativas este verano, ha sido la corriente de colarse en las colas, del banco, por ejemplo. Aquí es normal, pedir la vez, sí tal cual como en la carnicería sin número. Tú entras con la buena educación dices los buenos días y acto seguido, preguntas quien es el último. Esto no se debe de llevar por otros países europeos, no, ellos son más modernos o con mucha más cara, luego hablamos de la picardía española, ja, me rio yo de ella. En estos meses, lo nunca visto, hasta discusiones, en uno de los más pulcros bancos del pueblo. Debe ser eso, que no se estila, saber quién va delante de ti y por lo tanto cuando te toca acercarte al mostrador, esto o que no quieres ver cuando entras por las puertas, que hay más personas delante, y como eres del extranjero pues tienes ventaja, como el juego de la oca y tiro porque me toca. Con el no hablo español, no entiendo nada, se toman a pitorreo el tiempo esperado de las demás personas, llegando antes y guardando cola.

Qué soy maliciosa, debería tener consideración con los que no saben un idioma. Bien vayamos a otra situación, estas en la cola de una tienda de barrio con todo lo imaginable por vender, solo que aquí, está en un lugar más céntrico, donde en la hora punta de las once de la mañana, hay una cola porque todo aquel que baje a la playa, quiere su botellita de agua, sus gominolas, chanclas o recuerdo. Te vas entreteniendo con los diferentes gracias al terminar, en distintos idiomas, todo comprensible, normal y nada del otro mundo. Estas delante de una persona con dos cestas llenas de cosas, que no entiendes muy bien, para que tanto trasto para la playa, cuando por fin llega a la caja registradora, va sacando con toda parsimonia la compra, perfecto, genial, cada cual en su derecho. A mí se me caen dos lagrimones bien grandes y no por la calor, cuando escucho un regateo por cada precio ya marcado en el producto, más cuando le sueltan al dependiente, “que una caja de tiritas a 1,20 euros es muy caro”, que le haga una rebajita por todas las cosas que se lleva…

En junio pobre ingenua, comentaba las pocas ganas de verano y lo deseable de la llegada de octubre, a principios de septiembre, ya ni octubre ni ocho cuartos, quiero Noviembre.

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