lunes, 6 de julio de 2009

Postales

Cuando se va de viaje, solemos ir por las tiendas comprando regalos genuinos de la ciudad o el país en el que estemos, tenemos en la mente cada persona a la que deseamos agasajar con ese detalle. Una botellita de vino, un llaverito con el logotipo de la ciudad o su nombre en colores, un dedal, una muñeca, un mantel, un pañuelo, unos dulces que luego aparecen duros por el calor del viaje y muchas cosas más.
Mis amigas viajeras se quitaron de pensar qué me agradaría a mí, van directas a los expositores y miran las postales. Sí, me encanta recibir una postal con el matasellos de la ciudad en cuestión, con ese monumento típico que conforma la estereotipada imagen del lugar.

Esas instantáneas masificadas en series, logran sin quererlo transportarme desde las cuatro paredes de mi casa, unas por el ansia de verlo en vivo y otras por los recuerdos y sentimientos creados al estar allí, he de reconocer lo previsible que hay dentro de mí, me gusta pararme a mirarlas cuando paseo por las calles.
Incluso mientras voy preparando el viaje, busco directa las tiendas online de los museos para verlas y así averiguar aquello que me puede llamar la atención, muchas veces me he enamorado de una imagen y he ido exclusivamente a por ella sin mirar nada más, tengo la prueba viviente de ello en mí acuarela de la Catedral de Salisbury.


No, es tan curioso este detalle de pasión, hace unos días mientras estaba con mi sobrina en la tienda, llego una pareja con diecisiete postales del punto neurálgico playero del pueblo, más de una decena de hogares donde recibirán una imagen como recordatorio de lo vivido por otra persona, incitando a la vez a ir a gozar de ella.
Son un complemento más a esas tantas fotografías tomadas por una cámara digital, una estampa donde el miedo no cabe y puedes pasar los dedos tocándola o apuntalarlas en un panel sin el temor de que el polvo haga estragos y siempre es bien recibida.

Una tarjeta con muchos significados, el nacimiento de un bebé, las bodas de plata, un año más, amor, las hay de muchas formas, alargadas, con solapas para poder escribir cómodamente, chiquitas que caben en un bolsillo, para expresar todo o casi. Lo importante de ellas es que te hacen saber que eres especial para esa otra persona, cuando se paran y buscan una para ti, ya sea en una tienda de tu propia ciudad o en esos días de trayecto. Son un regalo mas de tantos que se hacen, para otros o uno mismo, guardando en una imagen la andanza vivida en esos momentos.

También se transforman en esa alegoría de trotamundos de cartón, recorriendo mares, cielos o ciudades hasta llegar a ti, caminando por ese viaje, que tu yo aventurero sueña con hacer.

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