domingo, 20 de marzo de 2011

Trufas para celebrar


Mi padre, solía traerme entre varias chucherías si se pueden llamar así, trufas, un paquetito con una lazada que era de lo más bonito a mis ojos. Nunca dejaba que lo cortara con el cuchillo o las tijeras debía deshacerlo yo misma, abrirlo poco a poco, dejándome ver lentamente ese dulce que dentro de mi particularidad adoraba.

Cada ocasión seria catalogada como especial, pero dado el día de hoy, vayamos a la celebración del santo oral. Por años me encontraba en la situación de ver, como mis hermanos celebraban o tenían felicitaciones una vez al año indiferentemente de ser su cumpleaños, todos menos yo en mi casa, hasta un día en el cual mi nombre se había santificado en femenino. Mi padre me dijo esa mañana que me arreglara para salir por la tarde, salir con él se comparaba para mí con ir al parque a ver las palomas, divertido, excitante, un pequeño mundo dentro de un gran mundo diario.

Me llevaba de la mano por el centro nos metimos por la catedral hasta llegar hacia esa calle larga de Franco, a mitad de ella había una pastelería pequeña casi pasaba desapercibida, donde los pasteles estaban hechos a mano cada mañana, en un aparador se encontraban las bandejas de trufas, podías ir eligiendo cuales serian las deseabas, mientras las iban colocando en una bandejita la cual cubrían y envolvían con ese lazo. Yo lo iba abriendo mientras caminábamos hacia la Campana, me sentaba en su gran cafetería y mientras él se tomaba su café, yo tenía ante mí una gran copa alta o vaso alto con filigranas de batido de nata. Esta fue la rutina durante años mientras ambos coincidíamos en Sevilla el día de mi santo, no importaba si la edad me había convertido en una mujer, esas trufas y mi batido era una de las mejores salidas con mi padre. Tampoco importaba de que habláramos, conmigo hay que hablar se quiera o no, me pone nerviosa el silencio, nuestras conversaciones se veían interrumpidas por viandantes que se paraban en nuestra mesa a saludar a mi progenitor, a darme a mi mientras fuera niña una sonrisa, para hacerlo más tarde mientras crecía un saludo completo.

Hoy no tengo esas trufas deje de comerlas cuando él se fue.

No estoy en la ciudad, para ir por el batido, aunque tampoco tendría el mismo sabor de antaño, siempre asociare las trufas derritiéndose en mi paladar ese gusto de cerrar los ojos y dejarte llevar por el sabor embriagador, con mi padre y su mano cogida a la mía, cada año el día de mi santo, seguiré teniendo esa pequeña celebración entre los dos de mi nombre.


1 comentario:

Yolanda Quiralte dijo...

Absolutamente precioso y emotivo. Aunque no sientas a tu padre al lado, siempre estará en tus recuerdos ofreciéndote esas trufas y sintiéndose orgulloso de ti. Un abrazo