La mejor terapia para calmar esos
pelos de punta, con lo que en ocasiones nos levantamos, no es ir al gimnasio,
ni salir a correr o caminar. No, la pura realidad es otra, remangarte las
mangas y ponerte a limpiar. Llenarte de la energía febril dejando las cosas
como la patena de limpios, los suelos en los que puedas hasta comer, si es que
eres tan rarito de no sentarte en una mesa. Y cuando ya has dejado la frustración
de lado, terminar con una buena ducha y por fin arreglarte el cabello que con
tanto meneo se te ha quedado como la bruja avería.
¡Por fin llega el descanso! Eso es
lo que has imaginado tontamente, una vez en el espejo te das cuenta de lo mal
que tienes las cejas, que te has olvidado por varios meses hacerte la cera y
estas como un pequeño osito y no de los peluchines, que te han salido varias
arruguitas más en el contorno de los ojos, del tinte ya ni hablemos, ¿Cuándo fue
el último qué compraste?
Mientras ves todas esas “pequeñas”
imperfecciones, también caes que se te han roto las uñas por tu manía de no
usar guantes y como te fijes mucho en las carnes de seguro has engordado. No nos
sofoquemos, no dejemos paso a las hiperventilaciones, contemos, uno, dos, tres.
Ese gruñido aplaquémoslo hasta llegar a convertirlo en un suspiro. Es mucho mejor
no mirar la imagen del espejo, una tilita vendría bien acompañada de un poco de
nicotina.
No hay dos sin tres, no te queda
tila, olvidaste comprarla ya ni te vale hacer la lista para el super, porque al
final te dejas hasta cosas sin comprar, si es que vas siempre como las locas,
no te centras.
Cierto, por mucho empeño que se
ponga hay días que los pelos de punta renacen cuando les dan la real gana, y tú
te ves comiéndote ese trozo de tarta de chocolate, olvidando cuantos gramos vamos
a ponerle más al cuerpo. Total, igual, quizás, mañana… sacas las ganas y te
metes en el gimnasio y a la casa que le vayan dando.
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