domingo, 3 de septiembre de 2023

De Italo Calvino a casa


Seguramente me estoy repitiendo, lo habré escrito alguna vez de pasada por alguna entrada o quizás y lo más seguro, en alguno de mis cuadernos de lecturas.

Por que hay autoras y autores que me llevan a sumergirme otra vez. En aquellas risas de mi madre, la voz de mi padre contando anécdotas sentado en su silla, los pasos de mis hermanos por el salón, la radio puesta, la puerta que se abre y entra una de mis hermanas que sube de la casa de la vecina, el trastear de la comida que preparaba la abuela, los olores, hasta la luz y su temperatura se introduce en mi respiración sin que esto sea posible, las sombras de la casa y el sonido tenue del insecto entre las macetas.

Ayer al atardecer comencé un libro de un autor, de los pocos que en realidad quiero tener al completo en mi biblioteca particular, esté en concreto es un préstamo de la biblioteca pública del pueblo, porque con Magui del canal “Bitácora de libros”, intento hacer el #RetoBitacoraCalvino que propuso por el centenario. Naturalmente hablamos de Italo Calvino.

Es una edición con sus considerables años de Alianza editorial título “Colección de arena”, las hojas están un poco duras con los tonos anaranjados ya de pergamino, pero todo ello da lo mismo, empezar a leerlo fue para mi una sensación mágica, de las que entran por la columna vertebral se aposenta con cosquilleo por el aparato digestivo y luego pasa hasta quedarse por la corriente sanguínea como si fueran mariposas incandescentes que se apagan y encienden, reconfortando.

Y mientras, alcanzo la mano por la mesa buscando los post-sit que necesito para marcar un frase, un párrafo, llega la imagen de mi casa y la voces, sonrío; quisiera estar hablando con mi padre sobre lo que deseo anotar y discutirlo, escuchar su opinión, ver sus gestos, su brillo al mirar, en ese punto recojo por los pliegues del sofá el móvil, voy al grupo familiar. ¿Papá tenía libros de Italo Calvino en casa? ¿Lo recordáis? Una imagen confusa entre brumas se va desdibujando “El barón rampante” y no puedo asegurar que no sea mi deseo o un recuerdo real. Mientras espero contestación, en mi mente ya suena la conversación con mi padre, contándole que me hace sentir, recordar y a dónde me lleva la lectura, a cuáles situaciones, con cuantos otros libros voy hermanando este.

Miro sin mirar mi biblioteca, pues las baldas de mis retinas son las suyas de entonces. Veo la biblioteca fija y aquella la itinerante, nutriéndose de libros, prestados, comprados por un impulso en la librería, en conjunto con algún miembro familiar de las que vas haciendo colección por editorial o del quiosco, que sabes que una vez haya pasado por todas las manos irán a otras desapareciendo de su balda.

Es por esto, por lo que ahora mismo soy tan selectiva a la hora de comprar y desear acapararlo todo, porque son estos autores, que me conmueven y me llevan y me traen de nuevo, los que quiero en mi biblioteca. Cuando descubro algún homenaje, reto, centenario, voy leyendo poco a poco.

Pues tengo la seguridad de que cuando cierre sus páginas, me haré siempre la misma pregunta ¿tiene sonoridad un libro? Y me responderé sí, como ya escribió Natalia Ginzburg para mi tienen un “Léxico familiar”.



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