jueves, 12 de abril de 2012

Rico, rico, rico.

Estoy a dieta.

Llevo casi dos meses, con lechuguitas, guisos sin patatas, pescado, carnes que usualmente ni las pruebo, verduras, fibras, centeno y sobre todo yogures de los que te ayudan en la digestión. En definitiva estoy como la gran mayoría de las personas, no por que llegue el biquini y haya que enseñar ombliguito, más bien por qué comer sano y equilibrado es bueno para una misma, sobre todo cuando tienes el vicio peor visto por la sociedad, el tabaco. Sí, soy una marginada doblemente, pero esta no es la cuestión, no es el camino que debía tomar.

Yo quería ir hacia la comprensión, la causa que nos lleva a privarnos de grasas y comidas opíparas. A pasar a ver canal cocina, inclusive los que no entiendes de nada pues te vienen en otro idioma, pero tu hambrienta disfrutas viendo, como burbujea el agua de cocción, el ruidito de los higadillos refriéndose en su jugo, los pasteles de carne con su cebollita y ya no digamos esas tartaletas embadurnadas con azúcar de todas las clases posibles.

Una siente el gruñir de su propio cuerpo, va hacia la cocina abres la nevera, la cierras desesperada, en ella no hay nada que guste tanto como lo visto; sales despavorida de la tentación, te miras al espejo que usualmente lo has colocado en un lugar estratégico de la casa, marcas la ropa en tu cuerpo para ver tu figura sin esos kilos que antes asumías tener. Y te vuelves a sentar a ver el siguiente programa. Por que igual el día que termines la dieta, en un siglo venidero, podrás invitar a tu casa a todos aquellos que ni conoces, con tal de cocinar todo lo que ves y saboreas imaginariamente. Te vuelves a levantar miras por el balcón es la hora en todas las casas preparan la cena, esos olores te llegan, te insinúan y el chino de tu acera, comienza a danzar hacía arriba con sus rollitos de primavera delante de tus pupilas. Mejor cerrar el balcón volver al salón donde no has cambiado de canal, coges un cigarro lo enciendes con la pequeña esperanza de alejarte de los invasores nervios agarraditos de la mano de un pollo relleno, para la cena. Sientes la necesidad de lagrimear como una niña, suspiras, recapacitas, es bueno estar a dieta, es fabuloso comer debidamente, vas a por esa meta imaginaria de ser como todo el mundo de moda “sana” aunque sea a medias.

Comienzas con el zapping, mejor te entretienes con el portátil, ¡por fin una distracción para no pensar! ¡Tú amiga te habla! ¿Ya has cenado?

Qué se contesta, ante tal pregunta normal por el horario, lógica abriendo una conversación superflua.

¡No, aun no es mi hora y hoy me toca un yogur con algo de fruta, pero si quieres te como a ti con salsa picante, muy poquito a poco!

Qué lentas pasan las horas para tu ligera sana e insípida cena. Será, igualmente una es un tanto sádica. Pero qué diablos, esa sonrisa boba y tonta cuando te puedes meter la mano por las tallas, no necesita visa, solo fuerza de voluntad. Esa sensación no tiene precio.

Voy por mi cena, ¡qué riquísima está!

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