martes, 27 de marzo de 2012

Una vida normal.

Falta poco para que comience el atardecer, la ventana está abierta y el viento mece el visillo, se escuchan las gaviotas graznar, se sube el edredón resbaladizo tapándose el hombro, volviéndose a acomodarse en esa cama matrimonial.

Sus ojos denotan sensualidad, calidez, pasión, entusiasmo, con las puntas de los dedos pasa la página siguiente y encuentra ese beso. Duro, fuerte espontaneo, esos que te arrollan hasta toparte con la pared reteniéndote haciéndote caer por el precipicio de la extenuación. Un leve suspiro sale de sus labios, dejando caer sin querer sobre si el libro medio abierto, mira hacia la ventana sin ver fuera, se conmueve con esa facilidad de recrear todo lo que una mujer desea, sueña en un gesto tan sublime como el acercamiento de unos labios a otros, ella que apenas siente esa sensibilidad en los suyos añora lo desconocido. Se remueve de nuevo inquieta reconociendo que jamás puede ser decepcionada si quien escribe esa novela romántica es Roberts.

Quiere saber el final, llegar hasta esas perdices, pero sabe que ha de levantarse de esa cama, salir del calor, enfrentándose a las tareas de la casa que la noche reclama como suya. Estando cortando las verduras para la cena, recae en esas personas que tanto deniegan de una novela romántica, sin haberla leído alguna vez, sin ver todo lo que puede ser en realidad, se atrincheran en lo despreciativo, pues suponen que no hay seriedad en un género así. Aclaman que no se ha de ser muy intelectual si lees “novelas rosa”, va echando las verduras en el aceite.

Si los que dicen eso vieran la gran mayoría de las librerías de esas personas que si la leen, se quedarían sorprendidos. Mira la nevera saca la carne de ella de la nata, sonríe ante la imagen de no ser una mujer de hoy en día con un cerebro activo, y todo porque le guste ver un beso en unas páginas escritas, unos sentimientos, una trama no solo de amor, sino de aventura, de acción de mil formas de las que se nutren los otros géneros.

Ah cuanta palabrería ante tanto desconocimiento. La carne está en su punto es hora de la cena y cuando la casa se quede en silencio, ella volverá a su libro, sentirá por unas horas como dos personas se pueden conocer, creer en ellas y sentir amor, en definitiva, lo que miles de personas hacen cada día sin que por eso se les tache de románticos o lo que es peor poco intelectuales y de no tener criterio.

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