sábado, 26 de marzo de 2011

Sin sentido.

Llevo un mes y medio buscando cada sábado, una nueva imagen para el blog, un cambio con la idea de que ello me haría escribir todas esas entradas calladas, arrinconadas o por descubrir.

Por mucho buscar, en ocasiones no se encuentra. Las veo encantadoras y con estilos diferentes, entrantes por la vista, pero aun así es como si una gran señal aporreara mi interior en un “parar”, no hay en ellas identificación de mi persona, por muy llamativas divertidas que sea la nueva plantilla, no sería yo. ¿He de ir con los cambios, sin un sentido?

Hoy voy a parar esa búsqueda, por muy inconformista que se pueda ser, no es necesario llegar a la ceguera, para comprender algo tan vital. Cuando no se encuentra y por cabezonería se ha de ir con la corriente, pierdes parte de tu identidad; el blog es algo tan personalizado en una persona como puede ser esa pequeña o grande habitación que consideramos propia, nuestro agradable rincón. De qué puede valer decorarlo de nuevo, si con ello no dices nada de ti. Cuántas veces en esas revistas donde hemos visto esas casas suntuosas, decoradas con tanto estilo, hemos pensado que son de papel, nada habitables, nada confortables, bellas pero tremendamente frías. La imagen en donde ponemos nuestras ideas, sentimientos o locuras, no es transferible a esa ¿casa?

No hace falta un cambio de plantilla en la que no se me identifique, con ello no lograría escribir más asiduamente, sería como entrar en un gran escaparate donde no se puede comprar nada. Prefiero quedarme con esa imagen anticuada, sin luminosidad, donde el confort llega por lo conocido. Buscaba en el exterior dejando el interior sin tocar y es aquí el error.

Sí, ansiaba un cambio y creo que ya lo encontré.

domingo, 20 de marzo de 2011

Trufas para celebrar


Mi padre, solía traerme entre varias chucherías si se pueden llamar así, trufas, un paquetito con una lazada que era de lo más bonito a mis ojos. Nunca dejaba que lo cortara con el cuchillo o las tijeras debía deshacerlo yo misma, abrirlo poco a poco, dejándome ver lentamente ese dulce que dentro de mi particularidad adoraba.

Cada ocasión seria catalogada como especial, pero dado el día de hoy, vayamos a la celebración del santo oral. Por años me encontraba en la situación de ver, como mis hermanos celebraban o tenían felicitaciones una vez al año indiferentemente de ser su cumpleaños, todos menos yo en mi casa, hasta un día en el cual mi nombre se había santificado en femenino. Mi padre me dijo esa mañana que me arreglara para salir por la tarde, salir con él se comparaba para mí con ir al parque a ver las palomas, divertido, excitante, un pequeño mundo dentro de un gran mundo diario.

Me llevaba de la mano por el centro nos metimos por la catedral hasta llegar hacia esa calle larga de Franco, a mitad de ella había una pastelería pequeña casi pasaba desapercibida, donde los pasteles estaban hechos a mano cada mañana, en un aparador se encontraban las bandejas de trufas, podías ir eligiendo cuales serian las deseabas, mientras las iban colocando en una bandejita la cual cubrían y envolvían con ese lazo. Yo lo iba abriendo mientras caminábamos hacia la Campana, me sentaba en su gran cafetería y mientras él se tomaba su café, yo tenía ante mí una gran copa alta o vaso alto con filigranas de batido de nata. Esta fue la rutina durante años mientras ambos coincidíamos en Sevilla el día de mi santo, no importaba si la edad me había convertido en una mujer, esas trufas y mi batido era una de las mejores salidas con mi padre. Tampoco importaba de que habláramos, conmigo hay que hablar se quiera o no, me pone nerviosa el silencio, nuestras conversaciones se veían interrumpidas por viandantes que se paraban en nuestra mesa a saludar a mi progenitor, a darme a mi mientras fuera niña una sonrisa, para hacerlo más tarde mientras crecía un saludo completo.

Hoy no tengo esas trufas deje de comerlas cuando él se fue.

No estoy en la ciudad, para ir por el batido, aunque tampoco tendría el mismo sabor de antaño, siempre asociare las trufas derritiéndose en mi paladar ese gusto de cerrar los ojos y dejarte llevar por el sabor embriagador, con mi padre y su mano cogida a la mía, cada año el día de mi santo, seguiré teniendo esa pequeña celebración entre los dos de mi nombre.


miércoles, 16 de marzo de 2011

Adaptación

No recuerdo bien, si fue en una antigua entrada o bien contándoselo a una persona por correo. Le relataba cómo era salir en mi barrio, en esos tramos en los cuales nos conocemos todos desde pequeños, nos saludábamos con una sonrisa y bromas todas las mañanas, un pequeño submundo de una ciudad. Un simbolismo de pertenencia de lugar.

Cuando llegaba la temporada y debía hacer la visita familiar, el mismo hecho de que mis hermanas pasaran horas y horas para hacer una simple compra por las mañanas, hablando, saludando, bromeando, me desesperaba. La sensación no estar en tu espacio, esa atmosfera dejándote dos pasos atrás sin saber que decirle a ese desconocido, que con curiosidad te mira analizando el poco parecido entre tres mujeres con la misma sangre, desquiciaba mi poca paciencia. En una ceguera total no reivindicaba con esos humores mi independencia de movimiento, muy al contrario han debido de pasar años para darme cuenta, que era solo un egoísmo cerrado con un deje de incapacidad de adaptación. Yo misma había alzado muros para no sentirme cómoda, en una mañana de mercado, donde las bromas son universales, las sonrisas como en todos los lugares algunas sinceras y otras compuesta por la etiqueta, las miradas de curiosidad una puerta entreabierta al conocimiento de “vamos a tomar un café”.

Llevo menos de un año viviendo con una normalidad que no se rompe en temporadas, ayer mientras iba a la parada del autobús, para subir hacia otro pueblo, sin apenas apreciarlo iba saludando y parándome con las personas que convivo en comunidad. Ya sentada en el trayecto de subida analizando lo ocurrido, me di cuenta que mi zona de ciudad se había convertido en un pueblo o mejor dicho dos, donde camino con un paso más seguro de marcadas vivencias, esa finalidad de pertenecer.

lunes, 7 de marzo de 2011

Sín escudo

Cuán importante es un título, no es menester encontrarse rodeado de una portada llamativa ni elocuente. Si en esas palabras que abarcan la capacidad de tanto trabajo, cautivan, evocan e inspiran a un ser inconcreto buscador de un entretenimiento por unas horas dadas, en una lectura, se logra tener la mayor parte ya ganada.

Recrear el alma de esas páginas en una frase casi siempre corta, comprende un conocimiento no sólo del mercado y su marketing, sino del ser humano, de los estados en que una persona se pueda encontrar, de aquellos deseos íntimos llenos de mil tonalidades, inclusive de las ansias de lo que no se puede vivir, hasta la simpleza de pasar un rato distraído. Logrando con todo ello, recaer las miradas en esas letras llevando al explorador, al movimiento de la compra, dejando atrás de si magistrales portadas con letras doradas e insípidas para sus retinas, reteniendo en sus manos esa pieza encajada en su momento concreto.

Cuántas veces nos ha ocurrido, sin saber porque. En muchas habremos dado con lecturas más o menos de nuestro agrado, entre esos vaivenes en ocasiones hemos encontrado coronas dignas de una reina. Asombrándonos a nosotros mismos, leyendo mientras con la sorpresa volvemos otra vez a su título sin ver si quiera que dibujo o imagen hay embelleciéndola. Pues el diseño carece en esos segundos de importancia, fueron sus palabras las que nos llevaron por esa senda, descubriéndonos una pieza sin igual, solemos quedarnos con esa mirada un tanto anonadada, mientras una sonrisa va haciéndose paso por nuestros labios, el tic de la comprensión llega a nuestra mente, ensamblando de nuevo tal como en la librería la causa de cual este es el elegido y no otro.

Olvidamos con gran facilidad que las palabras llegan al alma, el lector ha de ir sin escudo para escuchar que retiene sus pupilas, que remueve sus inquietudes, por ello cuando va con prejuicios dados por críticas y opiniones, solo ve una portada llamativa, dejando atrás la llamada exclusiva para él, de esos libros arrinconados de los que no se suelen hablar.

Esos que en su título, remueven la esencia del ser humano.