sábado, 5 de noviembre de 2022

Viajar sentado


Hará unas noches, de esas que comienzan nubladas, atropelladas y tristonas. Estaba hablando con mi inseparable Anacleta, en esos momentos donde buscas una sonrisa y una vía de escape, le comentaba lo maravilloso que era viajar sentado, es decir, imaginando ese viaje, visualizarlo, buscar información de cuánto hay de interesante para visitar en esa ciudad, qué te llama la atención con esa interminable lista, hacer criba según los días sintetizando y ya solo te quedan los dos sustos.

El primer susto, no es por lo tarde en que llegues al aeropuerto, ni viene de montarte en el avión, no, ni son las turbulencias, que acojonan, no, tampoco, el susto grande de verdad, el real, es saber y constatar cuál es el tamaño del agujero que puede hacer en tu bolsillo. A cuánta distancia y no por kilómetros estás de ese viaje verdadero.

Quién no comenzó el, proyecto de viaje desde la pantalla del ordenador, buscando quince días primero, el hotel es lo de menos ¿verdad?, mientras tenga encanto o según los gustos de cinco estrellas, pues eso de ir a una habitación normal con camas... ya que se sale, se viaja a lo grande mejor y si son habitaciones con vistas muchísimo mejor. Las cuentas no cuadran, los euros son muy elevados y más ahorrar en los meses con los que no se contaba trabajando, veamos si reducimos días, el hotel un algo más normalito y alguna que otras menos estrellas, total es ir para dormir y como mucho desayunar, estaremos todo el día en la calle, conociendo la ciudad y las vistas ya las veremos en el parque o nos subimos a la noria que más da. Quince, da paso a siete, siete dio paso a cinco y este lo dejamos, en mejor un fin de semana, algunas ciudades en dos días se ven y te sobran horas. Naturalmente, con los vuelos más económicos posibles y siempre en esas horas insufribles por lo inadecuadas que son. ¡Vivan los viajes de no desgarro mi bolsillo, sí mi cuerpo y mi mente, que el alma ya... ya, ni la tengo!

Y el segundo susto, nos llega cuando nos equivocamos con el compañero de la excursión viajera, porque no hay nada peor, que verificar cuán diferente somos, o darse de cara con ese momento tan contrario y dispar en cual nos encontramos; y como se guerrea por no dar un brazo a torcer, imponiéndose al otro o claudicando para no ver, nada de lo le gusta a uno, y en el mejor caso de la ciudad no del acompañante.

Quién no ha cambiado de la ruta marcada y hemos dejado esperando con o sin querer, a la otra persona sentada en un banco o tomándose un café, cuando no hemos escuchado a tal hora quedamos, mejor en tal sitio, unas cuantas las hemos callado también, y así el viaje de dos o grupal, se transforma en único y personal. Formas todas estas civilizadas, pues en otros casos, son los sarcasmos de “mucho nos creemos y poquito entendemos”, “tanto tardar para ver simplemente una abadía, ni que fuera una zapatería”, “mañana no me voy a levantar tan temprano, quiero a desayunar tres platos y descansar”. Malos modos, malas caras, voces distorsionadas y enfados varios para no llegar a ningún lugar, ni disfrutar, solo el deseo de volver a casa, desconectar del viaje de placer o también podemos ir a firmar los papeles de separación. Viajes hay de todas las clases, en todos nos podemos encontrar, con matrimonios dados al traste, amistades que se pierden para no volver jamás, novios de me gustas mucho por whatsapp, familiares de una vez y no más Santo Tomás. Vueltas con malestar u otras embelesadas con el corazón que da.

Primeros viajes iniciativos, viajes del recuerdo, cualquiera de ellos me vale, con sus sustos y sorpresas varias, pues todos nacen desde un mismo punto, la valentía de no saber que vamos a encontrar.

¿Te animas Anacleta? Un fin de semana, nada más.



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