lunes, 8 de noviembre de 2010

Algo personal

Su cuerpo desnudo esta sumergido entre aceites relajantes, espuma y agua caliente.


Esta con una toalla apoyada en el cuello, mientras este se recuesta en el filo de la bañera, tiene los ojos cerrados y sus manos hacen dibujos de hondas que chocan con sus piernas flexionadas. Después de un duro día, es uno de los momentos para ella. Desde la otra habitación llega el sonido de un saxo acompañado de una voz rota de piel oscura, sus pensamientos vagan libremente recreando la fantasía y realidad, que llega en unas horas. Sabe que ha de levantarse, vestirse, ponerse perfume.

El timbre de su puerta como cada noche sonará, un rostro entre tinieblas de ojos brillantes y sonrisa le responderán, entre sus labios llegaran notas de alguna canción, a él le gusta regalarle serenatas, no van acompañadas de ninguna flor. Una noche sin saber como, él se equivoco de puerta, desde entonces cada vez que se pone la luna, ella esta allí para recibirle. Su rostro aun cuando este cansado de toda las batallas diurnas, se ilumina con una sonrisa franca, al cerrar la puerta, lo ve caminar hacía el salón y acomodarse en su sofá, estirando sus largas piernas mientras la contempla con un pequeño sello de picardía en los ojos.

Unas veces hablan, ella le relata atropelladamente todo su día, mientras él asiente con la cabeza, le retira de vez en cuando del rostro el cabello soltado del recogido, dejando que poco a poco se vacié, en esas noches lluviosas cuando la melancolía de ella se hace más patente, la recoge entre sus brazos, ella vaga por sus recuerdos de antaño. Cuándo él comienza en la cocina a trastear para preparar la cena, es conciente del deseo que tiene de contarle algún secreto, cuando saborean los bocados perfectos, entre salado, dulce y agrio, el timbre de su voz la deja ensimismada, nunca se lo ha dicho pero sospecha entre las sonrisas de él, ese saber, es uno de los pequeños detalles que no son necesarios decirlos.

Se encuentra con la agradable compañía haciéndose poco a poco costumbre, sin monotonía, cada vez es diferente, adora esos momentos de silencios rotos entre canciones nuevas, se van enseñando mutuamente, sin esperar nada a cambio, sólo quitarse esa soledad, robándole minutos a las horas.

Adormecida escucha el cerrar de la puerta, él siempre espera a que ella se quede dormida para marcharse, antes de cada amanecer, se revuelve en la cama, relajada y complacida.

Sabiendo que solo ha de dejar pasar las horas y volverá con la luz de la luna.

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