viernes, 26 de noviembre de 2010

Amores glotones

Estaba hablando por teléfono, cuando cierto temor asalto por completo toda mi conciencia.

El viernes debe ser un día con una noche para salir, tomar copitas, tapear con cerveza, ir de bar en bar y conocer gente. En definitiva, expansión, de las aquellos actos más cotidianos con los que te ves rodeada entre la semana.

Algunos viernes noche lluviosos, no hay quien se quiera mover del confort de la casa, como llegas a esta conclusión. Su forma normal, es llamando a tus amistades sobre las siete u ocho de la tarde, con la intención de ir planificando, cual va a ser tu indumentaria, entre el día gris, la tarde con su agua, esta la leve esperanza de “llueve o truene” mientras estéis en un bar con techo no os mojareis.

Debe ser la edad, porque ninguna ha dicho vamos a salir, como teníamos pensado, todas y cada una, estábamos en el mismo acto casero, “tiradas por el sofá, holgazaneando entre la televisión o el ordenador”. Unas con sus parejas, otras solitarias y alguna con la mente de llamar a esa compañía nocturna, que sin duda amenizara el tiempo insufrible de hoy. Si esta noche se volviera a plantear unos años atrás, seguramente no habría noche mala que nos parara, al contrario sería la idea de mejorarla la que nos haría salir todas alborotadas. Dado el momento actual si el tiempo es desapacible, lo vamos arreglando desde las cuatro paredes de nuestras casas, siguiendo el gusto de cada una. ¡Mujeres de hoy!

Hasta aquí todo conforme, la vagancia compartida dentro de un círculo de amigas, posiblemente sea normal, no solo por ser amigas, confidentes o socias; preguntaros a vosotros mismos, que se puede hacer una tarde donde el cielo parece que se cae a pedazos. Pues eso estirarse y a la comodidad de un hogar.

Lo que me parece curioso, es una frase repetida en esas conversaciones “¿te has traído todos tus libros?” respuesta afirmativa o casi en su totalidad, ya que quedan algunos en la otra casa, suspiros entrecortados de mi interlocutor, siguiente frase calcadita “será una gozada entrar en la casa nueva, es como un paraíso entonces” ninguna repuesta clara de mi persona, si había truenos fuera, los mismos se notaban ya en mi cerebro, continuidad de la charlita, “es que no tengo nada que leer”… ¡ Me siento como una biblioteca pública!

Yo suelo ser muy seria con mis libros, hasta se me puede llamar avara o mísera, lo sé nadie mejor podría saberlo. Tengo solo a varias personas para dejar mis sagrados libros. Lo intento explicar una y otra vez, incluyendo una recriminación a mi misma, cuando en mi mente se enciende el intermitente rojo de peligro.

Hoy me hago una reflexión intimista.

Si la imagen de un libro en una estantería de una biblioteca me parece pura poesía, al poder extenderse a lectores, que nada tienen en común hasta el momento de elegir ese mismo libro y dejarse embriagar por su historia. Si ese acto me deja enamorada en un término romántico espiritual, ¿Qué diferencia hay entre esa estantería y la mía? Porqué causa, en una es todo amor y en otra es temor.

El egoísmo veríamos como una respuesta acertada, pero no, la verdadera respuesta es mi pecado capital, la gula. Dejando al margen toda razón o acto que me diferencia de un animal cualquiera. Según mis amigas este es mi pecado capital, personalmente me veo otro, pero hoy se trata de ellas y en una parte pequeña yo, así pues dejemos su criterio como globalizador.

Volvamos a ese dibujo de animal salvaje, cambiemos el puro alimento básico por los libros. Me nutro de ellos cualquiera que me conozca lo sabe. ¿Comida y presa? Por ello el miedo a perderlos, la sinceridad de lo que por lo general a muchos les cuesta devolver. Ni por insistencia ¡siempre se les olvida, nunca tienen tiempo para meterlo en el bolso y traerlo a su dueño!

En este punto me hago una nueva pregunta, ¿glotonería por mi parte o dejadez descuidada de los otros? Cuál pecado pesa más.

No hay comentarios: